21
January
2023
Nuestros nombres tienen una historia
Por
Gabriela Elliot

Nací en la colonia Doctores. Soy la tercera de tres hermanas. Durante mi niñez tuve que fingir muchas cosas por Teresa, mi mamacita. En un momento de mi vida me dije, ¡ya no voy a fingir más! y me salí de casa. Mi familia de sangre me aceptó hasta que volví una vez a casa con mi bustito. Desde ese momento mi mamá me llamó Gabriela. Fueron cosas muy bruscas. Cuando tenía unos once o doce años, mis amigas de los pelucones me presentaron el mundo del cabaret. Ahí vi por primera vez a la vedette Lyn May que era preciosa y a Norma Lee bailando un afro fantástico. También conocí a Cleopatra y su caderita, una de las primeras vedettes en México. Desde ese momento, me comenzaron a gustar las lentejuelas.

Durante mi adolescencia, Saraí me bautizó como Gabriela Elliot. Saraí, que era mi modisto, me presentó en alguna ocasión a un muchacho llamado Armando Elliot. Me gustó tanto que de ahí tomé el apellido. Cuando trabajé en la calle usé Maricela o Alejandra, pero para mi nombre nombre me gustó Gabriela. Había conocido antes a una Gabriela que le empataba el nombre muy bien, también era muy bonita y regia, así que me dije: ¡Gabriela!

Mi mamá elegida fue la Marta Patricia, quien me enseñó a ser quien soy. La conocí en su departamento en la colonia Moctezuma. ¡Recuerdo cuando vi toda su recámara llena de pelucas Pixie! Al inicio la veía a ella y sus amigas y me decía hacia adentro: ¡pinches putos! Pero llegaba la noche y ¡ay mamita!... aquellos culotes, los pelucones y las vocecitas: ¡comadre!

En ese entonces era un niñito y conocer a mi mamá y sus chicas, fue decisivo para saltar a vestirme. Recuerdo que llegaban cuajadas de dinero, directo a contar. Cuando traías mil pesos en ese entonces ya llegabas rayada a tu casa. Mamá Marta y su grupo, fueron las primeras que se dieron a conocer en la calle por los años setenta en la Ciudad de México. Con ellas tuve la oportunidad de transformarme y así fui aprendiendo. 

La primera vez que salí vestida a la calle, la policía me llevó al tribunal siendo menor de edad, todo eso fue por los años setenta. Ese día empecé a abrirme paso y poco a poco me empecé a hacer conocida. Fueron tiempos difíciles porque también fueron los años de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) y sus detenciones ilegales. Esta época me dio experiencia y me convirtió en una loba.

Cuando trabajé en la calle, siempre me ubiqué con las mujeres cis, con las viejas. Era competencia para ellas, pero siempre les di la vuelta y me seguí parando. Nunca se pasaron de listas porque no me metía con nadie y porque siempre anduve sola. Malo cuando éramos dos, tres o cuatro. En Sullivan fuimos varias, La Chocolata, La Yesenia y yo. En un momento me dije ¡basta! Era tanta cárcel, tanta cosa en esa época que hablé con mi mamá Teresa y platicamos del futuro. Al inicio Teresa no lo creía... Le dije, ¡mira mamacita lo que pasó! Se quedó fría y me dijo ¡Gabriela!

Después de la operación empecé a dedicarme al espectáculo nocturno. Estuve afiliada a la Asociación Nacional de Actores, ANDA. Entré por los inicios de los años ochenta y en esos tiempos participé en el show “Tercera dimensión” y trabajé en distintos centros nocturnos dentro y fuera de la Ciudad de México, como El norteño. En Los Monarcas, ganamos muchísimo dinero y recuerdo que estábamos como trece mujeres trans contratadas ahí, la única cis era Nancy Dixie. Mi amiga Emma Yésica Duvali y yo trabajamos juntas en ese lugar.   

En relación al amor, puedo decir que conocí a mi marido Andrés en la delegación de Revillagigedo en la Ciudad de México. Una vez que los judiciales me llevaron ahí a los quince años, vi a una chica conocida como “Bárbara de hombre” entrando con ese cabrón. Tiempo después nos encontramos una noche y con esa noche me lo quedé. Ahí comenzó otra triste realidad porque fue una cosa muy tóxica que ahora comprendo. A mis catorce, quince años, estaba buscando a alguien que me protegiera. Hubo lo malo y hubo lo bueno, pero con el tiempo me dije, ya no puedo tropezar con la misma piedra. A veces tienes que tocar fondo para identificar qué quieres y toqué fondo cuando caí en la cárcel.

A pesar de todo y hablando de billete, jamás se podrá comparar ningún trabajo a la calle, si sabes trabajar en la calle. Después de mi paso por el burlesque y el teatro de variedades, trabajé en el Hospital General con mi mamá Teresa. De ahí pal real y poco a poco fui dejando la calle. Después comencé a trabajar en restaurantes, estuve en el Potzollcalli y en la Parrilla Suiza como cocinera. 

Todo esto de la memoria trans, es nuevo. En general, vivimos muy marginadas anteriormente. Antes no te podías quejar porque nadie te hacía caso. Hoy me da gusto que estamos luchando por la misma causa, para que la gente nos respete. No que nos adoren pero que nos quieran. Estamos luchando para que la sociedad deje la transfobia atrás. Ahora vienen las generaciones jóvenes y nosotras vamos a pasar a la historia. Aparecerán unas más perras que nosotras y así sucesivamente. La memoria trans, es como la memoria de las artistas de la época de oro que nos dejaron una historia a nosotras, es un legado.  

Actualmente soy pensionada a base de todos mis trabajos y estoy gozando de mi casa y de dormir temprano. Sé que la mejor herencia que me dejó mi mamá fue ser constante. Siempre pensé en hacer algo hacia un futuro más adelante. Desde que empecé a trabajar peleaba el seguro y aunque en mi vida agarré la fiesta, tuve constancia en mis trabajos. Hoy estoy viva y estoy de pie. 

2
DICIEMBRE
2016
¡La Yadira!
Por
Emma Yesica Duvali

Nos conocimos por 1975. Cuando salíamos a los bailes callejeros, se hacía llamar Yadira Díaz de Valdelamar. Siempre supe que era una mujer trans, sólo que en esa época era muy difícil dar el gran salto hacia nuestras identidades. Yo lo había empezado a lograr, lo cual entre mí y Yadira siempre fue motivo de risas, que si nos veíamos chistosas, que si nos veíamos raras, que con qué rellenaríamos tal o cual bra. Había un solo vestido de coctel para las dos, pocas pinturas y maquillaje… que si préstame tu rubor, tu bilé.

Un recuerdo muy grabado en mi mente es cuando Yadira se subía al puente frente a mi casa y me chiflaba: ¡Qué hongo! ¡Vámonos a la Agrícola que estará “La Changa”! Años después sería “El Polimarsh”. A veces me chiflaba ya un poco soporífera por la mota: ¡Órale Emma, vámonos! ¡Hay un buen de chacales!... los cuales por supuesto compartimos muchas veces y me refiero a compartirlos literalmente.

Su amor y admiración por mi persona, me lo demostró muchas veces, por ser la primera "vestida" durante el día en el pueblo de la Magdalena Mixhuca. En una ocasión durante un baile callejero en las Granjas México, de un ambiente muy pesado de chelas, mota y cuchillos preparados para saltar sobre el primer pasado de loco, dos gañanes muy drogados se abalanzaron sobre mí. Me raptaron y me llevaron a un callejón para satisfacer su deseo sexual. Me golpearon y con los cuchillos en las costillas, sangrando de la boca y nariz, cedí. Yadira llegó como quien busca a una hermana y se enfrentó a ellos. Después de golpes y cortadas salimos huyendo, no paramos de correr hasta llegar a Avenida Viaducto y Troncoso, donde me desplomé. Lloramos a mares…

Cuando nos fuimos a Acapulco para pasear, llevamos diez pesos de esa época y acabamos en el talón para poder comer y pagar el hotelucho, allá por el zócalo. Ella se iba a la playa Condesa a talonear con los gabachos y yo me iba a la zona de tolerancia. En ocasiones comimos de lo mejor y en otras compartimos los bolillos y la lata de sardina. Recuerdo a un cliente de Yadira que tenía una casa hermosa por Caleta, muy cerca del “JazzBar”, lugar de shows donde años después yo trabajaría como desnudista. Vivimos con su amante Phillipe durante dos meses, Yadira siempre le decía: lo que me invites se lo tienes que invitar a Emma porque es mi amiga. Y así fue.

Yadira fue de esas gentes que entregaba su amistad y quería ser correspondida. Sus primeros desamores y golpes al corazón fueron propinados por sus amantes. Los vivimos y lloramos como hermanas. Recordar al Fausto y al Charly con unas buenas chelas, le sacó muchas lágrimas que yo sequé, para después reír mentándoles su jefa…

Nuestras correrías al “41”, en donde solo entrabas tocando y si te conocían, ¡fueron memorables! En ese entonces eran clandestinos los lugares de reunión gay. Trabajando ya como desnudista en “Le Petit”, lugar de shows de desnudos femeninos, invité a Yadira para un convivio de año nuevo. A partir de ahí y creyendo que lo que nos habían dado de cenar le había provocado una tifoidea, empezó con unas diarreas terribles. Iba a su casa a verla y siempre estaba dormida, bañada en sudor. Una vez me enseñó unas bolas enormes en las ingles. ”¿Qué será esto Emma?” No sé mana, ¡tal vez te van a salir dos huevos más! Reímos mucho, fue la última vez de reír juntas y con ganas. A partir de eso fue un peregrinar con doctores, mil medicinas y recetas. Su madre doña Tere me preguntaba ¿qué tiene mi hijo Emma? y siempre le respondí: no lo sé Tere. Se fue consumiendo, envejeciendo. Su cabellera que tantos éxitos le dio, se esfumó. Era delgada, después no había ropa que le quedara. Se consumió en un desconocimiento total de su enfermedad. Los médicos no supieron que tenía, su madre no supo. Años después y obteniendo literatura de la AMAC, fundada por mi amigo Francisco, supe de qué había muerto Pepe “La Yadira”. 

No volví a escuchar su grito: ¡Emma vámonos al baile! El puente de frente a mí casa no volvió a oler su mota. Ya no estaba mi amiga que dejaba de comer para dármelo, la amiga que me arrancó de las manos de gañanes violadores. Ya nadie me pidió bilé y aquel único vestido de coctel para las dos, jamás fue usado nuevamente. Esto fue hace un tiempo, cuando el vih era casi desconocido y no se hablaba del condón. Hoy no hay razón para no evitarlo, el vih es hoy una enfermedad prevenible.