Nos conocimos por 1975. Cuando salíamos a los bailes callejeros, se hacía llamar Yadira Díaz de Valdelamar. Siempre supe que era una mujer trans, sólo que en esa época era muy difícil dar el gran salto hacia nuestras identidades. Yo lo había empezado a lograr, lo cual entre mí y Yadira siempre fue motivo de risas, que si nos veíamos chistosas, que si nos veíamos raras, que con qué rellenaríamos tal o cual bra. Había un solo vestido de coctel para las dos, pocas pinturas y maquillaje… que si préstame tu rubor, tu bilé.
Un recuerdo muy grabado en mi mente es cuando Yadira se subía al puente frente a mi casa y me chiflaba: ¡Qué hongo! ¡Vámonos a la Agrícola que estará “La Changa”! Años después sería “El Polimarsh”. A veces me chiflaba ya un poco soporífera por la mota: ¡Órale Emma, vámonos! ¡Hay un buen de chacales!... los cuales por supuesto compartimos muchas veces y me refiero a compartirlos literalmente.
Su amor y admiración por mi persona, me lo demostró muchas veces, por ser la primera "vestida" durante el día en el pueblo de la Magdalena Mixhuca. En una ocasión durante un baile callejero en las Granjas México, de un ambiente muy pesado de chelas, mota y cuchillos preparados para saltar sobre el primer pasado de loco, dos gañanes muy drogados se abalanzaron sobre mí. Me raptaron y me llevaron a un callejón para satisfacer su deseo sexual. Me golpearon y con los cuchillos en las costillas, sangrando de la boca y nariz, cedí. Yadira llegó como quien busca a una hermana y se enfrentó a ellos. Después de golpes y cortadas salimos huyendo, no paramos de correr hasta llegar a Avenida Viaducto y Troncoso, donde me desplomé. Lloramos a mares…
Cuando nos fuimos a Acapulco para pasear, llevamos diez pesos de esa época y acabamos en el talón para poder comer y pagar el hotelucho, allá por el zócalo. Ella se iba a la playa Condesa a talonear con los gabachos y yo me iba a la zona de tolerancia. En ocasiones comimos de lo mejor y en otras compartimos los bolillos y la lata de sardina. Recuerdo a un cliente de Yadira que tenía una casa hermosa por Caleta, muy cerca del “JazzBar”, lugar de shows donde años después yo trabajaría como desnudista. Vivimos con su amante Phillipe durante dos meses, Yadira siempre le decía: lo que me invites se lo tienes que invitar a Emma porque es mi amiga. Y así fue.
Yadira fue de esas gentes que entregaba su amistad y quería ser correspondida. Sus primeros desamores y golpes al corazón fueron propinados por sus amantes. Los vivimos y lloramos como hermanas. Recordar al Fausto y al Charly con unas buenas chelas, le sacó muchas lágrimas que yo sequé, para después reír mentándoles su jefa…
Nuestras correrías al “41”, en donde solo entrabas tocando y si te conocían, ¡fueron memorables! En ese entonces eran clandestinos los lugares de reunión gay. Trabajando ya como desnudista en “Le Petit”, lugar de shows de desnudos femeninos, invité a Yadira para un convivio de año nuevo. A partir de ahí y creyendo que lo que nos habían dado de cenar le había provocado una tifoidea, empezó con unas diarreas terribles. Iba a su casa a verla y siempre estaba dormida, bañada en sudor. Una vez me enseñó unas bolas enormes en las ingles. ”¿Qué será esto Emma?” No sé mana, ¡tal vez te van a salir dos huevos más! Reímos mucho, fue la última vez de reír juntas y con ganas. A partir de eso fue un peregrinar con doctores, mil medicinas y recetas. Su madre doña Tere me preguntaba ¿qué tiene mi hijo Emma? y siempre le respondí: no lo sé Tere. Se fue consumiendo, envejeciendo. Su cabellera que tantos éxitos le dio, se esfumó. Era delgada, después no había ropa que le quedara. Se consumió en un desconocimiento total de su enfermedad. Los médicos no supieron que tenía, su madre no supo. Años después y obteniendo literatura de la AMAC, fundada por mi amigo Francisco, supe de qué había muerto Pepe “La Yadira”.
No volví a escuchar su grito: ¡Emma vámonos al baile! El puente de frente a mí casa no volvió a oler su mota. Ya no estaba mi amiga que dejaba de comer para dármelo, la amiga que me arrancó de las manos de gañanes violadores. Ya nadie me pidió bilé y aquel único vestido de coctel para las dos, jamás fue usado nuevamente. Esto fue hace un tiempo, cuando el vih era casi desconocido y no se hablaba del condón. Hoy no hay razón para no evitarlo, el vih es hoy una enfermedad prevenible.
Nos conocimos por 1975. Cuando salíamos a los bailes callejeros, se hacía llamar Yadira Díaz de Valdelamar. Siempre supe que era una mujer trans, sólo que en esa época era muy difícil dar el gran salto hacia nuestras identidades. Yo lo había empezado a lograr, lo cual entre mí y Yadira siempre fue motivo de risas, que si nos veíamos chistosas, que si nos veíamos raras, que con qué rellenaríamos tal o cual bra. Había un solo vestido de coctel para las dos, pocas pinturas y maquillaje… que si préstame tu rubor, tu bilé.
Un recuerdo muy grabado en mi mente es cuando Yadira se subía al puente frente a mi casa y me chiflaba: ¡Qué hongo! ¡Vámonos a la Agrícola que estará “La Changa”! Años después sería “El Polimarsh”. A veces me chiflaba ya un poco soporífera por la mota: ¡Órale Emma, vámonos! ¡Hay un buen de chacales!... los cuales por supuesto compartimos muchas veces y me refiero a compartirlos literalmente.
Su amor y admiración por mi persona, me lo demostró muchas veces, por ser la primera "vestida" durante el día en el pueblo de la Magdalena Mixhuca. En una ocasión durante un baile callejero en las Granjas México, de un ambiente muy pesado de chelas, mota y cuchillos preparados para saltar sobre el primer pasado de loco, dos gañanes muy drogados se abalanzaron sobre mí. Me raptaron y me llevaron a un callejón para satisfacer su deseo sexual. Me golpearon y con los cuchillos en las costillas, sangrando de la boca y nariz, cedí. Yadira llegó como quien busca a una hermana y se enfrentó a ellos. Después de golpes y cortadas salimos huyendo, no paramos de correr hasta llegar a Avenida Viaducto y Troncoso, donde me desplomé. Lloramos a mares…
Cuando nos fuimos a Acapulco para pasear, llevamos diez pesos de esa época y acabamos en el talón para poder comer y pagar el hotelucho, allá por el zócalo. Ella se iba a la playa Condesa a talonear con los gabachos y yo me iba a la zona de tolerancia. En ocasiones comimos de lo mejor y en otras compartimos los bolillos y la lata de sardina. Recuerdo a un cliente de Yadira que tenía una casa hermosa por Caleta, muy cerca del “JazzBar”, lugar de shows donde años después yo trabajaría como desnudista. Vivimos con su amante Phillipe durante dos meses, Yadira siempre le decía: lo que me invites se lo tienes que invitar a Emma porque es mi amiga. Y así fue.
Yadira fue de esas gentes que entregaba su amistad y quería ser correspondida. Sus primeros desamores y golpes al corazón fueron propinados por sus amantes. Los vivimos y lloramos como hermanas. Recordar al Fausto y al Charly con unas buenas chelas, le sacó muchas lágrimas que yo sequé, para después reír mentándoles su jefa…
Nuestras correrías al “41”, en donde solo entrabas tocando y si te conocían, ¡fueron memorables! En ese entonces eran clandestinos los lugares de reunión gay. Trabajando ya como desnudista en “Le Petit”, lugar de shows de desnudos femeninos, invité a Yadira para un convivio de año nuevo. A partir de ahí y creyendo que lo que nos habían dado de cenar le había provocado una tifoidea, empezó con unas diarreas terribles. Iba a su casa a verla y siempre estaba dormida, bañada en sudor. Una vez me enseñó unas bolas enormes en las ingles. ”¿Qué será esto Emma?” No sé mana, ¡tal vez te van a salir dos huevos más! Reímos mucho, fue la última vez de reír juntas y con ganas. A partir de eso fue un peregrinar con doctores, mil medicinas y recetas. Su madre doña Tere me preguntaba ¿qué tiene mi hijo Emma? y siempre le respondí: no lo sé Tere. Se fue consumiendo, envejeciendo. Su cabellera que tantos éxitos le dio, se esfumó. Era delgada, después no había ropa que le quedara. Se consumió en un desconocimiento total de su enfermedad. Los médicos no supieron que tenía, su madre no supo. Años después y obteniendo literatura de la AMAC, fundada por mi amigo Francisco, supe de qué había muerto Pepe “La Yadira”.
No volví a escuchar su grito: ¡Emma vámonos al baile! El puente de frente a mí casa no volvió a oler su mota. Ya no estaba mi amiga que dejaba de comer para dármelo, la amiga que me arrancó de las manos de gañanes violadores. Ya nadie me pidió bilé y aquel único vestido de coctel para las dos, jamás fue usado nuevamente. Esto fue hace un tiempo, cuando el vih era casi desconocido y no se hablaba del condón. Hoy no hay razón para no evitarlo, el vih es hoy una enfermedad prevenible.